Por Nancy Rojas
Aún cuando la garantía de lo real parece posible sólo por las vías del simulacro, la costumbre de batallar los espacios suele profesarse en el impedimento de cualquier evidencia de estructura. Prolifera entonces la elección por un inventario inexistente y, por supuesto, el engaño, en el marco de una puesta en escena silente.
Si la intervención, en tanto táctica, acontece para exponer los síntomas de las alegorías que más han frecuentado la historia del arte, en este caso, podemos hacer mención de la alegoría del paisaje. Una ficción con pactos del orden natural que aquí logran afirmarse a partir de una serie de guiños discursivos validados por imágenes corrientes.
Pero también, señalamos la figuración de una arquitectura del supuesto, a través de la cual la obra llega a recuperar la condición conceptual y narrativa de objetos y lugares que la autora ha tomado como referencia. Gracias a ello, Arquitectura de paisaje se constituye como ensayo de materialización de una hipótesis sugerente. La misma se halla sustentada en un paradigma propicio para aludir a los cortes y las continuidades, la repetición y la diversidad, la sistematización y otras lógicas de la construcción espacial.
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